sábado, 13 de marzo de 2010

Domingo de resurrección



Bueno me dispongo a escribir, cosa poco fácil después de ser madre; encontrarle los recovecos al tiempo y darle la vuelta para apropiarse de ellos y llenarlos con letras, con voluntad de hierro y oídos cerrados al mundo, hace años que le huyo a esta confrontación, porque a sabiendas de mi deploro me declaré derrotada de antemano, pero me encontraron los demonios de Pan, Dionisio y afrodita hicieron el amor y mientras eran uno me embriagaron en placer, me recorrieron el cuerpo con su aliento, el de él que es mi dios, con sus manos de pianista que nunca han tocado el frío marfil de una tecla, ni blanca ni negra, esas manos que no conocen el bordón ni la clavija, pero que me tocan y arrancan de mí la nostalgia del fagot, la dulzura de la flauta y la tristeza de una viola, como el magno ejecutante de la sinfonía de mi piel, y así me regalaron una historia y ahora no puedo más que sentarme a escribirla.
Sí; después de haberme olvidado de sus grietas, de sus ojos infinitos, de su espalda que era mi mejor terreno, de sus labios carnosos que erizaban mi espinazo, después de cuatro años que parecieron décadas, me acompañaba de nuevo la intimidad de una tímida luz que amenazaba con irse y dejarnos a solas, y su cuerpo ínclito, enaltecido, subyugado ante mis caricias.
Jazz era lo que sonaba al fondo, no es que eso fuera de gran influencia para lo que se gestaba entre nuestros cuerpos, pero allí queda, como mero dato ilustrativo, como para que no se me olvide que instrumentos acompañaban el vaivén de nuestras almas…y fuimos marionetas de los dioses, porque un placer así no es mortal.
Cada roce sublime me arqueaba el alma lo mismo que mi espalda, mis prejuicios y mi historia. Mi filosofía entera se desplomó en el piso para declararse suya, como si los libros que tantas noches me acompañaron sólo hablaran de él; de su cuerpo, de su forma que a mis ojos se volvía cíclica, como una elipsis de respiros entrecortados, de gemidos desbocados; sus lánguidos dedos se posaron en los ramales de mi cabello, y mientras mi cuello se emblandecía me desdoblé y pude verme en un perfecto picado, como si los dioses me regalaran aun más que lo que mi cuerpo sentía, me reconocí feliz, amada, me reconocí posesa.
Cuatro años sin sexo oral, 5 palabras que pesan en el cuerpo, y él ignorante, desentendido bajaba las líneas de mi cuerpo como cosa de todos los días, mi sexo dormitado comenzaba a despertar, mis labios imploraban dientes para morderlo hasta sangrar, sangrar una regla que sí me declarara mujer… su mujer.
Pero la biología me venció, la tensión se me fue al piso, tuve que parar, tuve que explicarle, hacerlo parte de esa parte de mi historia, porque sus labios eran sagrados y el iba a beber de mi cáliz un vino añejo, y al decirle pude ver mis palabras físicamente salir de mi boca, como si la oruga de Lewis Carol me echara su humo de letras en la cara y me arrancó del sofá el ojo del huracán de la conciencia, cuatro años dios, eran sus labios los últimos que… yo estaba declarada propiedad Noguera sin saberlo. Que insulto el de los dioses, hacerme creer dueña de mi sexo.

-El llegó a mí, llegó a mí de nuevo, dios qué es esto, cómo es posible que se me remuevan las entrañas de tal manera, me he entregado y ahora no puedo nadar porque le he dado todo mi mar, no puedo correr porque le regalé mis llanuras, mi canto se lo he dado para que le armonice el camino, mi arte le pertenece desde tribus primeras, y él, él se llevará el olor de mi ciudad y mi sexo a otro continente demasiado frío y recio como para acompañarlo; Trato de no pensar en eso, y lo logro, salgo victoriosa del auto sabotaje, y me pierdo en su nuca, en nuestros cuerpos retorcidos como árboles que crecen a la sombra.
El pasado ha quedado atrás, el futuro está suspendido y sólo nos queda el presente, divino presente, sobrio de alcohol, embriagado de placer, porque eso sí, para sentirnos no necesitamos más que nuestras manos…bendito sea su sexo que sin estar dentro de mí me hace orgasmar de mil maneras; la pausa de cigarrillos y voz trasnochada se destila en la noche y sus labios vuelven a mis labios, y viajan del norte al sur, bendito sur que le espera como a un libertador que reclama su tierra. Han llegado las tropas, sin violencia, pero con determinación, y se ha escuchado en mi epicentro el grito libertario de un pueblo enardecido, sediento de victoria, nuestra victoria.
Uno, dos…tres orgasmos han sido su bandera, ha dejado de ser un forastero, en mi caverna ha encontrado su identidad y puedo sentirla, regresa a mi boca sabiéndome esclavizada, y me da de beber el olor de mi patria, el sabor de mis cadenas caídas.
Vaya cuaresma la mía, vaya desierto en el que me había perdido, mi flujo le ha bautizado la frente cual miércoles de ceniza y es domingo de resurrección.
5 horas han pasado entre caricias, risas, embriaguez de placer y jazz, nuestro ropaje cae al piso junto con los prejuicios, nos sumergimos en el colchón, nos hundimos en nuestros cuerpos, hasta bañarnos el alma; cuántos besos, cuántos agasajos dibujándonos la piel, mi lengua se mueve cual serpiente que va en busca del pecado, él lo sabe, él me sabe, y yo, yo busco su sabor; guiada por el aroma de sangre de amapola llego al Vesubio, y mi boca le posee como una venganza de Pompeya.
Mis ojos se elevan y le ven, allá en la altura; no quiero percibir su placer, quiero que me sepa su dueña. Me vence el amor, y la venganza se hace tierna, la serpiente es dominada, y dios me guía el encanto, paso de propietaria a propiedad y aun así me sé su poseedora.
Me deleito, no escatimo tiempo, me pierdo en su golfo y le recorro todas las costas, no espero nada distinto a sentir su tibiez enardeciendo mi boca y ahora Pompeya implora ser sepultada a manos suyas, como si su lava fuera agua bendita que viene a cambiar la historia.
Mi dios baja sus manos y acaricia mi frente, me despierta del embeleso, está listo para poseerme, lo veo en sus ojos, por mis muslos corre el yugo caído y humedece mi piel; el espacio gira y me encuentro bajo su pecho, mis piernas doblegadas se rasgan a la mitad, esperan su arribo; se que debo implorarle, y lo hago, su mano izquierda me toma el cuello mientras la derecha se posa en mi cabeza, soy su presa lista para ser cazada y hasta casada, navega en mi zaguán, oscila como un péndulo porque le gusta jugar a enloquecerme, su arrogancia me fascina y le imploro una vez más, se desliza suave como un gota de mercurio retozando en mi marea y sus manos me sirven de respaldo para que el alma se me quede en el cuerpo y lo viva.
Respiro desde el diafragma para que el aire no me falte, y siento como mis celdas se abren, cual capullo rebelde bajo un sol incandescente, oh magnánimo astro, magnánimo cúmulo que me llamea el vientre, soy horno de barro, soy leña ardiente, soy Serengueti y el corre cual gacela por mi centro levantando el polvo tras su estocada.
Me posee y se vuelve lluvia, le siento tocarme en cada resquicio aun y cuando sus manos siguen sujetándome el alma, soy un halo que pende de un ángel caído e invoco a dios, sólo para agradecerle la gloria de ser suya.

No te vayas todavía.


No, no te vayas todavía
Perfila tus manos en las mías de nuevo
_ ¿Qué?
– Bésame.
No te vayas todavía
El frío se cuela por las ranuras del umbral...mientras en mi cuerpo se hace la tibiez
Tal vez podría llover y podrías mojarte
Sé que estamos en el quicio de tu casa
Sé que no está lloviendo
Pero podría suceder
¿Para que arriesgarse?
No te vayas todavía.
Bésame una vez más
Que la fuerza de tu aliento me da fuerza
Me embriago con cada suspiro
Que viaja de tu boca a mi boca
Olvidemos el mañana ¿sí?
Ya veremos en el día
Pero por favor
Esta noche
No te vayas todavía

Tuya.


Volumen caído de mi voz

Cuando no hace referencia a ti

Principio sin fin

De lo inmóvil en el aire sin tu presencia

Telarañas tendidas

Sobre los rincones de mi cuerpo

Que no has palpado

Poseedor de esta alma

Que se chorrea embelesada

Por el borde de la taza

Que diriges a tu boca

Para tomarla

Deslízome sobre tu cuerpo

Dejo caer mi espalda

Sobre tus manos que la sostienen en el arco

Abro mis brazos

Expando mis límites

Soy tuya.